Foto : Lina Scheynius
La bicicleta superaba las tres de la madrugada mientras ella
pensaba en el cansancio. La palabra era una ola tosca y estúpida que iba
cogiendo revoluciones con cada vuelta que daban las ruedas de su bici. A las
tres de la madrugada no hay ciudad: los carteles están perfectamente
cuadriculados, se ven encajados en el paisaje y a falta de personas todo parece
en orden. De ahí que ella se sentía fuera de lugar, hasta el suave ruido que hacía
la goma de frenos al rozarse con los neumáticos producía un estruendo casi
agotador.
Hacía un cuarto de
hora que algo se había roto, mejor dicho, desenganchado. La fiable maquinaria
de la depresión estaba cediendo. Ya no había a qué agarrarse ni por qué llorar.
Es curioso hasta qué punto pueden salvarnos las depresiones: roen la parte del
cerebro que más desea rebelarse y morir y por eso sobrevivimos. Obviamente a
las tres de la madrugada, con el camión de la basura entonando su queja
nocturna ella no podía pensar en todo eso, sólo pensaba en que quedaba un
colgajo, una pieza que nadaba en libertad por todo su cuerpo y ya no había
forma de pararla.
Al frenar en un
semáforo por un momento se imaginó qué ocurriría si ese mismo camión de la
basura que se había parado en el Stop a unos cincuenta metros de ella
decidiera arrancar. Pensó en la bici doblada y en el crujido.
Al llegar a casa la esperaba la misma cama
pequeña que tenía la manía de ir resbalándose hacia delante cada vez que ella
se sentaba en ella apoyada en el cabecero para leer o comer; y un programa de
tarot en la tele en el que un señor argentino con las manos temblorosas acababa
de recibir una llamada de un hombre de cincuenta y pico años preocupado porque
tenía los testículos de diferente tamaño. El presentador hizo un gesto de tijera
con la mano y el hombre desapareció al otro lado del teléfono. La noche acababa
de empezar.
realmente bueno señorita K.
ResponderEliminarMuchas gracias amable manxego.
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