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domingo, 13 de junio de 2010

Apuntes para el futuro.


Stalin,Roosevelt y Churchill en Yalta(1945)

Si el arte enseña algo ( al artista en primer lugar) es a apreciar la individualidad de la existencia del ser humano. Siendo la más antigua ( y la más directa) forma de individualidad, el arte, queriendo o no, premia en un hombre precisamente su sentimiento de individualidad, particularidad y singularidad, transformándolo de un animal social a un individuo. Muchas cosas se pueden dividir: el pan, el lecho, las convicciones, a tu amada, pero no un poema, digamos de Rainer Maria Rilke. Las obras de arte – particularmente las literarias y concretamente las poéticas – se dirigen al hombre “tet-a-tet”, creando una comunicación directa, sin terceras personas. Precisamente por ese motivo, muchos de los cuidadores del bien general, dueños de las masas y preocupados por la necesidad histórica, no gustan mucho del arte en general, de la literatura en particular y de la poesía en concreto. Ocurre esto ya que por donde ha pasado el arte, donde se ha leído un poema, ellos descubren que en lugar del esperado consenso y unanimidad, existen discrepancias e indiferencia, en lugar de deseos de actuar, descubren la falta de atención y el asco. Dicho de otra forma: a los ceros con los que los cuidadores del bien general y los dueños de las masas desean operar, el arte les añade puntos, puntos y comas y guiones, convirtiendo cada cero en una cara humana, aunque esta no siempre sea del todo atractiva.
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La filosofía de un gobierno, su ética, sin hablar ya de su estética, es siempre “el ayer”; la lengua, la literatura, siempre “el hoy” y, muy frecuentemente sobre todo dependiendo de lo ortodoxo que es uno u otro sistema político, incluso es “el mañana”. Uno de los méritos de la literatura consiste en eso: ayuda al ser humano a fijar el tiempo de su existencia, a distinguir a sí mismo entre la multitud de sus predecesores, a evitar la tautología o lo que es lo mismo, evitar convertirse en una “víctima de la historia”. El arte en general y la literatura en particular, es maravillosa y distinta de la vida real precisamente por eso, porque huye de la repetición. En la vida cotidiana, puedes contar el mismo chiste varias veces y varias veces causará carcajadas, convierténdote en el alma de una fiesta. En literatura ese tipo de conducta se denomina “cliché”.
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Hoy en día es muy popular el convencimiento de que el escritor, especialmente el poeta, tiene que utilizar en sus obras la lengua de las multitudes. A pesar de lo democrático y de las claras ventajas practicas de este punto de vista, esta afirmación pretende hacer que la historia se apodere del arte, en este caso de la literatura en particular. Solo si decidimos que el “homo sapiens” debe frenarse en su desarrollo, podemos permitir que la literatura hable en la lengua de las multitudes. En caso contrario, es la multitud la que debería hablar en la lengua de la literatura.
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No llamo a la sustitución de un gobierno por una biblioteca – a pesar de que esa idea me ha venido a la cabeza muchas veces – pero no dudo de que, si eligiéramos a nuestros políticos basándonos en su experiencia como lectores y no en sus programas políticos, en el mundo habría mucha menos desgracia. Me parece que a los potenciales gobernadores de nuestro destino habría que preguntarles primero no cómo ven el curso de la política mundial sino qué opinión tienen de Stendhal, Dickens o Dostoievski.
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Sólo diré – no por propia experiencia por desgracia, sino sólo teóricamente – que considero que para una persona que ha leído a Dickens, disparar a un semejante en nombre de cualquier ideología, sería más complicado que para una persona que no ha leído a Dickens. Hablo precisamente de leer a Dickens, Stendhal, Dostoievski, Balzak, Melville…osease de literatura, no de la cultura o la educación. Una persona culta y educada puede perfectamente, después de leer este u otro tratado político, matar a un semejante e incluso experimentar cierto placer haciéndolo. Lenin era culto, Stalin era culto, Hitler también, Mao incluso escribía poesía: la lista de sus victimas, sin embargo, supera con creces su lista de lecturas.

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El que escribe un poema lo escribe precisamente porque el acto de escribir poesía es un increíble acelerador de la conciencia, del pensamiento y de la apreciación del mundo. Habiendo experimentado esa sensación una vez, una persona ya no puede dejar de repetir esa experiencia, cae en una dependencia de dicho proceso como caen en dependencia de las drogas o del alcohol. Al hombre que se encuentra en esa dependencia de la lengua, creo yo, es al que podemos llamar poeta.

Discurso de aceptación del Premio Nobel, Joseph Brodsky [Traducción Anastasia K.] (1987)

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